En el reino de la cordillera de los Andes, en el paraíso del valle del
Callejón de Huaylas, vivían los dioses. El dios supremo, Inti (el sol), tenía
una hija llamada Huandoy.
Huandoy era una bella joven. Su padre pensaba casarla para toda la
eternidad con un dios de belleza similar, de iguales virtudes y tan poderoso
como él. Pero en el corazón del valle, en el poblado de los yungas, Yungay,
vivía un gentil y valiente joven mortal, llamado Huascarán, que se enamoró
profundamente de Huandoy. Huandoy correspondía al gran amor de Huascarán.
Cuando el dios padre se enteró de los amores entre su hija y el joven
mortal, le suplicó que le dejara, que vivir con un mortal no era conveniente
para una diosa: pero la pasión de los jóvenes era superior a las súplicas del
padre, a sus consejos y sermones.
Tan grande fue la rabia que sintió el dios supremo, Inti, ante la fuerza
de este amor con un mortal, que maldijo a la pareja de amantes y los condenó
para la eternidad a vivir separados. Los convirtió en dos grandes montañas de
granito y los cubrió de nieves perpetuas para calmar su ardiente pasión. Entre
las dos montañas situó un valle estrecho y profundo para que estuvieran
totalmente aislados. En su furia, el dios padre elevó las montañas a una altura
majestuosa, para que los jóvenes se pudieran ver, pero que nunca más se
pudieran llegar a tocar.
Los enamorados lloran por su dolor, funden gota a gota la nieve que los
cubre y sus llantos de amor se unen en un lago de color azul turquesa para toda
la eternidad. Este lago recibe el nombre de Llanganuco y si un día vais a Perú
lo encontraréis a una altitud de 3.400 metros sobre el nivel del mar. Las
montañas que llevan los nombres de los príncipes Huandoy y Huascarán tienen una
altitud de 6.560 metros y 6.768 metros: son las montañas más altas del valle y
de todo el país.